martes, 24 de mayo de 2011

Capitulo 2.3

   El castillo hervía en actividad, un poderoso rey del otro lado del océano había anunciado su visita y debían causar una buena impresión. El castillo había sido limpiado por completo reiteradamente y engalanado con escudos de armas y estandartes de las diferentes casas de nobles, los criados remendaban y adecentaban sus vestimentas, los caballeros sacaban lustre a sus armaduras y armamento. Se habían contratado criados extra y los más importantes nobles se hospedaban en el castillo a la espera de recibir con lujos y honores al rey extranjero y, porque no, para curiosear e intentar aumentar su influencia sobre los asuntos del reino. De las cocinas se elevaba un olor delicioso, el príncipe había puesto a un par de criados a vigilar a sus hijos para que no hicieran ninguna trastada y evitar que asaltaran la cocina.

   El rey y el príncipe estaban de los nervios, se rumoreaba que el poder y riquezas del rey visitante eran inimaginables, debían causar la mejor impresión posible. Si conseguían establecer relaciones comerciales y diplomáticas con ese reino, su propio poder aumentaría y su influencia crecería en el mundo. Maldecían el mal tiempo que asolaba el reino. Según se había acercando el momento de la visita del extranjero la tormenta había ido arreciando, cuando por fin llego el día de su llegada la tormenta se había convertido en una autentica tempestad. No había quien se acercase al monarca, gritaba a todo el mundo y castigaba a los sirvientes por cualquier nimiedad. Su hijo aguantaba con paciencia el mal humor de su padre y siempre que podía se encargaba personalmente de los requerimientos de su rey. Cuando un criado llego para informarle de que se había atascado el portón del castillo el rey estallo.

   -Estoy rodeado de inútiles, ¿Por qué vienes a molestar a tu rey con esa nimiedad?, avisa al herrero y que la arregle y luego vete a las mazmorras, permanecerás encerrado un mes entero por tu estupidez.

   -Déjemelo a mi padre-el príncipe se llevo al criado, este temblaba de arriba abajo- Tranquilo, no se acordara de ti dentro de un rato, llévame a ver esa puerta y luego ve a llamar al herrero y a un par de soldados.

   -Si mi señor.

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   Los principitos jugaban en un patio cubierto bajo la vigilancia de los criados de su madre y unos pocos soldados. Mientras Deria, la única hija de los príncipes, permanecía junto a las sirvientas, arreglándose y charlando, Bakiat y sus dos hermanos jugaban a los soldados y eran instruidos por la guardia que se les había asignado, los tres pequeños tenían una espada sin filo y un pequeño escudo cada uno. Los dos hermanos de Bakiat los gemelos Diro y Leto luchaban hombro con hombro contra el benjamín de la familia. Los gemelos tenían un pelo rubio y liso como el de su madre, perfectamente cortado y peinado, sus ojos eran azules y vivos como los de su padre, poseían unos brazos y piernas fuertes, una actitud fiera y grandes dotes de mando pese a tener solo 10 años.

   El pequeño Bakiat hacia lo que podía para defenderse. Aunque eran más fuertes que él, también eran lentos de movimientos y Bakiat aprovechaba esta debilidad para atacarles. Estaba defendiéndose de un ataque continuo donde los dos hermanos se turnaban para golpear cuando se le ocurrió una idea, torció la pierna simulando que se tropezaba, momento que sus hermanos aprovecharon para lanzarse a finiquitar la pelea, al ver que habían caído en su trampa, rodo por el suelo y se coloco detrás de ellos, se levanto con presteza y les asesto una patada a los dos en el trasero, provocando que ambos cayeran de cara contra el suelo y él se golpease con fuerza al caer. Se hizo el silencio y repentinamente se escucho la voz de Deria riendo a carcajada suelta, Deria tenía 14 años ya, era alta y de un pelo negro caoba parecido al de su hermano pequeño y su padre, tenía unos ojos castaños, casi dorados, que eran la envidia de las mozas del reino. Los asuntos de los críos no le importaban en absoluto, pero le entretenía ver a sus hermanos jugar y al ver como habían caído los tres no pudo evitar romper a reír.

   -Seréis torpes, os tendría que dar vergüenza por dejaros engañar por ese truco tan simple, y a ti-dijo señalando a Bakiat-, a ti debería darte vergüenza por caer después de ganarles de esa forma, sois unos payasos.

   Se siguió riendo mientras en todo el patio se escuchaba una carcajada general. Los soldados felicitaban a Bakiat por su maniobra y los gemelos se quejaban de que había hecho trampas.

   Mientras Bakiat recibía los halagos de los soldados vio al zorro plateado al borde del bosque, mirándole fijamente, como orgulloso, le extrañaba la actitud del animal pero le dedico una amplia sonrisa. Mientras le observaba, Bakiat sintió como si algo tirase de él hacia las montañas, en su fuero interno supo que algo había sucedido al otro lado de estas, algo que resultaría importante en su vida. Un grito procedente del castillo interrumpió sus pensamientos, los soldados se pusieron en tensión y uno de ellos entro para averiguar qué había sucedido, poco a poco los gritos iban creciendo en número e intensidad, la guardia se coloco delante de los niños mientras que Bakiat y sus dos hermanos agarraban armas y escudos y se colocaban para proteger a su hermana de lo que pudiese salir por la puerta.

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