Madre e hijo caminaban por el mercado, estaban en la zona rica de la ciudad, los mercaderes no gritaban y restregaban sus productos por las caras de los posibles clientes, esperaban tranquilamente en sus negocios a que los nobles y ricos se acercasen buscando algo que necesitasen o codiciasen. A Bakiat no le gustaba ese mercado, prefería el del otro lado de la muralla, más bullicioso, con gente extraña gritando y exponiendo productos maravillosos, allí nadie le hacía reverencias a su paso, era un niño más.
La afición del pequeño a escaparse a los barrios bajos traía de cabeza a su guardia personal. A Bakiat le encantaba engañar a sus protectores, irse a pasear libre, caminar entre el bullicio la gente de todos los lugares del mundo, de los hombres y mujeres que se mostraban como eran y no se escondía tras una falsa fachada elegante. Cuando veía algo que le gustaba, o simplemente cuando le parecía que un mercader era demasiado presuntuoso, cometía pequeños robos, siempre llegaba a casa con los bolsillos llenos de cosas y comiendo alguna chuchería. Bakiat no necesitaba robar para vivir, lo hacía por diversión y cuando regresaba a castillo mandaba a unos guardias con dinero a que pagasen a los mercaderes a los que había hurtado algún producto. Nunca le pillaban, cuando unos guardias llegaban a los mercaderes con dinero y pidiendo disculpas estos se quedaban con cara de bobos intentando averiguar qué había pasado, pero sin rechazar ese ingreso que ellos creían extra. Por supuesto el pequeño nunca estaba solo y él lo sabía, siempre había un espía siguiéndole, el sabia donde estaban pero nunca lograba librarse de ellos, de vez en cuando alguno hacia como si lo hubiese despistado para contentar al muchacho.
De camino al castillo, varios nobles intentaron entretener a su madre para pedirle algún favor, los nobles alagaban la belleza de la princesa o intentaban engatusar al pequeño de alguna forma. La princesa, paciente, se deshacía de ellos con la habilidad adquirida con los años de práctica, se excusaba con alguna cita pendiente y su hijo no se quedaba atrás esquivando a los persistentes nobles, respondía a sus lisonjas con frases que les inducia a creer que recibía con gusto su atención pero sin comprometerse a nada con ellos y, siempre que podía, humillando a los pelotilleros e intrigantes nobles haciendo florecer sus defectos o algún asunto humillante de su vida.
Tras una pesada caminata de evasivas y falsas sonrisas la princesa entro con su hijo en el castillo, paso la guardia tirando de su hijo que quería quedarse viendo los ejercicios de los soldados, y subió las escaleras.
-Llegaras a ser un buen soberano algún día, no te dejas engañar por los farfulleros hijo, sabes distinguir solo con verlos quien merece la pena tener al lado y quien no, esa es una cualidad importante en un rey.
-Pero madre, yo no seré rey, delante mía están mis hermanos y mi hermana.
-Algún día te casaras con una princesa y gobernaras a su lado.
-Si madre – No entraba en sus planes desposarse con una niña de papa, una princesita que siempre tuviese lo que quería y no supiese hacer las cosas por sí misma.
Llegaron a las habitaciones destinadas al príncipe y sus hijos y entraron, Bakiat salió corriendo.
-¡Padre! ¡Padre! ¿A que no sabes lo que estuve haciendo hoy?
El niño se lanzo a los brazos de su padre que estaba trabajando sobre unos mapas, este le agarro con una sonrisa y se dispuso a escuchar la historia de su hijo. Mientras Bakiat relataba todo su plan para atrapar al zorro y todo lo que había trabajado para llevarlo a cabo, su madre se sentó en el reposabrazos del sillón donde estaba sentado su marido y se abrazo a él, ambos escucharon toda la historia soltando alguna frase de admiración de vez en cuando para el regocijo del pequeño, cuando termino su historia le felicitaron por su duro trabajo y le animaron a continuar con su empresa.
Antes de que el niño saliese corriendo a contarles su historia a sus hermanos su padre le detuvo.
-Espera hijo, tengo un regalo para ti.
Le entrego una pequeña caja envuelta en tela verde, el niño lo agarro sin parar de preguntar que es, cuando lo abrió observo un pequeño instrumento ovalados con agujeros.
-¿Qué es?- Pregunto el pequeño intrigado.
-Es una ocarina, es una herencia familiar que debías tener.
El niño miro el instrumento con los ojos muy abiertos, y se la llevo a los labios, empezó a soplar y del instrumento salió una hermosa melodía, el niño la aparto y miro sorprendido, sabia tocarla, cogió un cordel, lo paso por un gancho de la ocarina y se la colgó al cuello, después de dar un beso a su padre en la mejilla y de darle las gracias, salió corriendo a contarle a sus hermanos la aventura de su día. Los orgullosos padres observaban al niño correr.
-¿Era el momento de entregársela?- Le pregunto preocupada al príncipe.
-Sí, ha llegado el momento de que aprenda y comprenda su herencia, la aparición de nuestro viejo amigo lo confirma, veremos si consigue no caer en las trampas del pequeño.
Ambos rieron, se besaron y se agazaparon en el sillón, allí, abrazados, se quedaron dormidos con una sonrisa en la cara. Antes de caer en las garras de Morfeo se escucho apenas en un susurro a la orgullosa madre:
-Llegara a ser grande, está destinado a grandes cosas.
La afición del pequeño a escaparse a los barrios bajos traía de cabeza a su guardia personal. A Bakiat le encantaba engañar a sus protectores, irse a pasear libre, caminar entre el bullicio la gente de todos los lugares del mundo, de los hombres y mujeres que se mostraban como eran y no se escondía tras una falsa fachada elegante. Cuando veía algo que le gustaba, o simplemente cuando le parecía que un mercader era demasiado presuntuoso, cometía pequeños robos, siempre llegaba a casa con los bolsillos llenos de cosas y comiendo alguna chuchería. Bakiat no necesitaba robar para vivir, lo hacía por diversión y cuando regresaba a castillo mandaba a unos guardias con dinero a que pagasen a los mercaderes a los que había hurtado algún producto. Nunca le pillaban, cuando unos guardias llegaban a los mercaderes con dinero y pidiendo disculpas estos se quedaban con cara de bobos intentando averiguar qué había pasado, pero sin rechazar ese ingreso que ellos creían extra. Por supuesto el pequeño nunca estaba solo y él lo sabía, siempre había un espía siguiéndole, el sabia donde estaban pero nunca lograba librarse de ellos, de vez en cuando alguno hacia como si lo hubiese despistado para contentar al muchacho.
De camino al castillo, varios nobles intentaron entretener a su madre para pedirle algún favor, los nobles alagaban la belleza de la princesa o intentaban engatusar al pequeño de alguna forma. La princesa, paciente, se deshacía de ellos con la habilidad adquirida con los años de práctica, se excusaba con alguna cita pendiente y su hijo no se quedaba atrás esquivando a los persistentes nobles, respondía a sus lisonjas con frases que les inducia a creer que recibía con gusto su atención pero sin comprometerse a nada con ellos y, siempre que podía, humillando a los pelotilleros e intrigantes nobles haciendo florecer sus defectos o algún asunto humillante de su vida.
Tras una pesada caminata de evasivas y falsas sonrisas la princesa entro con su hijo en el castillo, paso la guardia tirando de su hijo que quería quedarse viendo los ejercicios de los soldados, y subió las escaleras.
-Llegaras a ser un buen soberano algún día, no te dejas engañar por los farfulleros hijo, sabes distinguir solo con verlos quien merece la pena tener al lado y quien no, esa es una cualidad importante en un rey.
-Pero madre, yo no seré rey, delante mía están mis hermanos y mi hermana.
-Algún día te casaras con una princesa y gobernaras a su lado.
-Si madre – No entraba en sus planes desposarse con una niña de papa, una princesita que siempre tuviese lo que quería y no supiese hacer las cosas por sí misma.
Llegaron a las habitaciones destinadas al príncipe y sus hijos y entraron, Bakiat salió corriendo.
-¡Padre! ¡Padre! ¿A que no sabes lo que estuve haciendo hoy?
El niño se lanzo a los brazos de su padre que estaba trabajando sobre unos mapas, este le agarro con una sonrisa y se dispuso a escuchar la historia de su hijo. Mientras Bakiat relataba todo su plan para atrapar al zorro y todo lo que había trabajado para llevarlo a cabo, su madre se sentó en el reposabrazos del sillón donde estaba sentado su marido y se abrazo a él, ambos escucharon toda la historia soltando alguna frase de admiración de vez en cuando para el regocijo del pequeño, cuando termino su historia le felicitaron por su duro trabajo y le animaron a continuar con su empresa.
Antes de que el niño saliese corriendo a contarles su historia a sus hermanos su padre le detuvo.
-Espera hijo, tengo un regalo para ti.
Le entrego una pequeña caja envuelta en tela verde, el niño lo agarro sin parar de preguntar que es, cuando lo abrió observo un pequeño instrumento ovalados con agujeros.
-¿Qué es?- Pregunto el pequeño intrigado.
-Es una ocarina, es una herencia familiar que debías tener.
El niño miro el instrumento con los ojos muy abiertos, y se la llevo a los labios, empezó a soplar y del instrumento salió una hermosa melodía, el niño la aparto y miro sorprendido, sabia tocarla, cogió un cordel, lo paso por un gancho de la ocarina y se la colgó al cuello, después de dar un beso a su padre en la mejilla y de darle las gracias, salió corriendo a contarle a sus hermanos la aventura de su día. Los orgullosos padres observaban al niño correr.
-¿Era el momento de entregársela?- Le pregunto preocupada al príncipe.
-Sí, ha llegado el momento de que aprenda y comprenda su herencia, la aparición de nuestro viejo amigo lo confirma, veremos si consigue no caer en las trampas del pequeño.
Ambos rieron, se besaron y se agazaparon en el sillón, allí, abrazados, se quedaron dormidos con una sonrisa en la cara. Antes de caer en las garras de Morfeo se escucho apenas en un susurro a la orgullosa madre:
-Llegara a ser grande, está destinado a grandes cosas.
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