Miraba fijamente la trampa, llevaba dos horas con los ojos fijos en esta, le estaba resultando muy difícil atrapar al zorro que había visto. Se encontraba al animal por todas partes, parecía que le siguiese y estaba siempre observándole, el animal era precioso, era grande y tenia un pelaje plateado que brillaba como la luna, poseia una mirada penetrante y curiosa de ojos azules oscuros y parecía muy listo.
Tenía que atraparlo, sería su mascota, le cuidaría y le enseñaría trucos, tenía que atraparlo como fuese. Había preparado una trampa con una jaula hecha con juncos y un trozo de perdiz que se había guardado de la comida para que hiciese de cebo. Le costo todo el día anterior preparar la jaula, robo de las cuadras unas sogas para unir los juncos y se aseguro que estos fuesen fuertes y lisos para que el zorro no se hiciese daño, también se aseguro de que estuviesen bien unidos para que no se pudiese escapar, estaba orgulloso de su obra, era digna de un gran cazador.
El pequeño Bakiat tenía siete años, era alto para su edad y poseía unos ojos verdes muy vivaces, salía siempre de casa con su pelo negro perfectamente peinado y cortado, aunque enseguida se le asalvajaba y unos rizos recorrían su frente. Era un chico curioso y reservado, le gustaba pasear por el bosque y estar con los animales, le gustaba más la compañía de la naturaleza que la de los humanos.
Siguió un rato agazapado esperando que apareciese su futura mascota, hacia frio y el pequeño ocultaba cada centímetro de su piel bajo una capa de lana verde. El invierno se había adelantado un par de meses y la nieve cubría el reino.
Bakiat se pasaba los días jugando en la nieve mientras sus hermanos mayores se resguardaban en el castillo, su madre le decía que terminaría pillando un resfriado pero a él no le importaba, era su obligación jugar con la nieve, no podía perderse un momento de juegos. De repente se escucharon unas llamadas a su espalda.
-!Bakiat¡- era su madre- !Regresa ya, es hora de cenar y esta anocheciendo¡.
Tendría que volver al día siguiente, el zorro ya no aparecería, y su madre lo habría espantado con tanto grito, regresaría al día siguiente y volvería a intentaría atraparle. Recogió la jaula y dejo la perdiz fuera por si el zorro andaba cerca, llamo a su madre para que supiese donde estaba y dejase de buscarle. Mientras el muchacho se marchaba corriendo a reunirse con su madre, el zorro asomo el hocico. El animal salió de su escondite, el niño era tenaz, se había pasado horas observando cómo intentaba atraparle, el pequeño había aguantado pese al frió. Cuando el muchacho se perdió de vista el zorro se acerco a la perdiz, la agarro con los dientes, cabo un hoyo entre unos matorrales y la enterró. Tras hacer esto se marcho con un alegre trotecillo.
Tenía que atraparlo, sería su mascota, le cuidaría y le enseñaría trucos, tenía que atraparlo como fuese. Había preparado una trampa con una jaula hecha con juncos y un trozo de perdiz que se había guardado de la comida para que hiciese de cebo. Le costo todo el día anterior preparar la jaula, robo de las cuadras unas sogas para unir los juncos y se aseguro que estos fuesen fuertes y lisos para que el zorro no se hiciese daño, también se aseguro de que estuviesen bien unidos para que no se pudiese escapar, estaba orgulloso de su obra, era digna de un gran cazador.
El pequeño Bakiat tenía siete años, era alto para su edad y poseía unos ojos verdes muy vivaces, salía siempre de casa con su pelo negro perfectamente peinado y cortado, aunque enseguida se le asalvajaba y unos rizos recorrían su frente. Era un chico curioso y reservado, le gustaba pasear por el bosque y estar con los animales, le gustaba más la compañía de la naturaleza que la de los humanos.
Siguió un rato agazapado esperando que apareciese su futura mascota, hacia frio y el pequeño ocultaba cada centímetro de su piel bajo una capa de lana verde. El invierno se había adelantado un par de meses y la nieve cubría el reino.
Bakiat se pasaba los días jugando en la nieve mientras sus hermanos mayores se resguardaban en el castillo, su madre le decía que terminaría pillando un resfriado pero a él no le importaba, era su obligación jugar con la nieve, no podía perderse un momento de juegos. De repente se escucharon unas llamadas a su espalda.
-!Bakiat¡- era su madre- !Regresa ya, es hora de cenar y esta anocheciendo¡.
Tendría que volver al día siguiente, el zorro ya no aparecería, y su madre lo habría espantado con tanto grito, regresaría al día siguiente y volvería a intentaría atraparle. Recogió la jaula y dejo la perdiz fuera por si el zorro andaba cerca, llamo a su madre para que supiese donde estaba y dejase de buscarle. Mientras el muchacho se marchaba corriendo a reunirse con su madre, el zorro asomo el hocico. El animal salió de su escondite, el niño era tenaz, se había pasado horas observando cómo intentaba atraparle, el pequeño había aguantado pese al frió. Cuando el muchacho se perdió de vista el zorro se acerco a la perdiz, la agarro con los dientes, cabo un hoyo entre unos matorrales y la enterró. Tras hacer esto se marcho con un alegre trotecillo.
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