Un par de horas antes se había anunciado la pronta llegada del rey extranjero, en seguida todos los nobles se vistieron con sus mejores galas e, ignorando el mal humor del rey, se reunieron en el salón del trono, impacientes por conocer a tan importante persona. El mal humor del rey había sido sustituido por los nervios, no paraba de mandar a sus sirvientes a comprobar que el recorrido del extranjero estuviese limpio, que no hubiese ningún adorno descolocado o que la comida estuviese lista.
La sala del trono estaba llena de murmullos y cuchicheos, mas que una sala real parecía un patio de colegio, los nobles iban de un lado a otro propagando los rumores que habían llegado a sus oídos, las damas se reunían en grupillos especulando sobre el aspecto del rey, habían llegado a la conclusión de que seria atlético y apuesto, con vestimentas maravillosas y un sequito de mujeres preciosas. Todo tipo de descripciones recorrían el castillo en esos instantes y por más que el príncipe intentase averiguar cuál era la verdadera, no había forma de separar la descripción real de las imaginarias.
-Relájate, su aspecto no es importante-le dijo su mujer que esperaba a su lado-, ya habéis hecho todo lo posible para que este a gusto, y saber cómo es no os servirá de nada a estas alturas.
-Tienes razón, es que estoy muy nervioso, quiero que todo salga bien y mi padre no pone mucho de su mano, no para de gritar órdenes sin sentido.
Le iba a responder algo cuando sonaron las trompetas en la sala y todo el mundo callo y recupero su pose noble, los corrillos desaparecieron y toda la sala se esforzó en dar el mejor aspecto posible. Las puertas se abrieron con una velocidad que, al príncipe, le pareció exasperantemente lenta, entraron los soldados de la escolta con sus pesadas capas de invierno, se abrieron a los costados de la alfombra central y dejaron pasar al invitado de honor.
Las caras de los presentes reflejaron una absoluta perplejidad, la persona que entro en la sala no podía ajustarse a ninguna de las descripciones que habían recorrido minutos antes la sala, estaba claro que era el rey que se esperaba pues sobre su cabeza reposaba una corona, pero no vestía lujosas ropas, ni siquiera le cubría una lujosa capa para cubrirse del frio del exterior, vestía una camisa gris claro y un pantalón de seda negra cadente de adornos. Le acompañaban 7 sirvientes vestidos con una túnica dorada que les cubría todo el cuerpo y con una capucha que impedía ver su rostro.
Sin embargo, las vestimentas de los extranjeros no fue lo que mas sorprendía a los presentes, lo que dejo atónitos a los presentes fue el aspecto del rey, poseía una tez blanquecina, casi mortecina, tenía unos ojos de un azul celeste muy intenso que resaltaban en su rostro y un pelo plateado muy corto, su cuerpo era delgado, y la parte visible de sus extremidades estaban repletas de tatuajes con extraños símbolos. Si no hubiese llevado puesta la corona toda la sala hubiese pensado que era un esclavo de los mares del sur.
Mientras avanzaba hacia el trono con andares imponentes el rey y el príncipe mantuvieron una forzada sonrisa de bienvenida, a las espaldas del invitado los nobles cuchicheaban sobre su aspecto, se relamían los labios, esta visita daría para mucho, sería el tema principal en todas las cenas y reuniones durante unos meses. Cuando estaba a solo unos metros ya del trono un noble le salió al paso.
-Excelencia, le doy la bienvenida a nuestro humilde reino, vuestra presencia honra a este castillo.
Era el barón de Darat, un presuntuoso noble que siempre intentaba ser el centro de atención, casi la mitad del ejército real eran hombres suyos y había que soportar sus impertinencias y su ambición.
-Bienvenido majestad, espero que este todo a su gusto y que no haya tenido problemas en su viaje– se apresuro a interrumpir el príncipe- este es el baron de Darat, creo que ha pasado usted por sus tierras de camino aquí. Disculpe nuestra ignorancia pero no ha llegado a nuestros oídos el nombre de su excelencia.
-Muchas gracias, estoy encantado con este recibimiento, y en cuanto a mi identidad, soy el rey Dronza.
-¿Vuestro paso por mis tierras fue agradable?- interrumpió el barón.
-Si, fue muy agradable volver a ver esa tierra.
-¿Ya había estado por estas tierras mi señor?- ahora no fue el príncipe el que hablo, si no el propio rey.
-Debo reconocer que si, hace ya algunos años.
-Entonces conocerá la historia de la expulsión de los hechiceros de mis tierras, los hombres de mi ejército se unieron a los del rey y acabaron con grandísimos hechiceros que vivían en nuestro reino.
El barón conto toda la historia con orgullo, había dejado claro su propio poder dentro de los límites del reino, seguramente el extranjero ignoraría ahora a los otros nobles y el recibiría tantas atenciones como su rey.
-Interesante- se limito a responder Dronza.
Al príncipe no le caía demasiado bien el visitante pero tenía que ser cortes por el bien del reino. Como no sabía que decir le pregunto lo primero que se le paso por la cabeza.
-Dronza no es un nombre conocido en estas tierras, ¿Posee algún significado?
-En realidad no es mi nombre de nacimiento- hablaba sin apartar la vista del presuntuoso barón- cuando llegue a los reinos del otro lado del mar el rey local me tomo bajo su tutela, no tenia herederos y vio en mi al hijo que nunca había tenido, me enseño todo lo que sabia y me dio un nuevo nombre. En el idioma del reino de donde procedo esa palabra significa muerte.
El silencio que se produjo en la sala a continuación de esa explicación fue terrorífico. Dronza se acerco al barón que retrocedió ligeramente, levanto su mano y le agarro del cuello, el presuntuoso noble intento soltarse pero algo le mantenía pegado a la mano. El rostro se le fue azulando, su cuerpo se iba recubriendo de escarcha y el noble tiritaba de frio.
Dronza le soltó y la congelada víctima cayó al suelo tiritando y sufriendo en sus últimos momentos de vida. El furioso extranjero se dirigió hacia el rey y dijo con una potente voz:
-Yo soy Drew, el último campeón de los hechiceros, este hombre- dijo señalando al barón- fue uno de los que asesino a mi familia y mis amigos hace 6 años y tú, soberano de estas tierras, fuiste el culpable de mi perdida, he venido en el día de hoy a vengarme y a reclamar este reino como castigo.
Dicho esto se acerco con una espada en la mano, nadie había visto de donde la había sacado, cuando entro en la sala no poseía ningún arma visible y menos de esas dimensiones. La espada brillaba con una luz azul, parecía estar recubierta de hielo y ser muy pesada. Se coloco delante del asustado rey y, sin decir ni una palabra más, le atravesó con la espada. Se escucho el grito del príncipe que había sacado su espada y se dirigía hacia su padre a la carrera, pero no llego muy lejos, uno de los sirvientes de Dronza se había quitado la capucha, mostrando un rostro con la boca cosida y de piel dorada como sus vestimentas, con cicatrices en el cuello que dibujaban extrañas criaturas, había estirado el brazo y de la punta de sus dedos un rayo surgió directo hacia el príncipe que cayó instantáneamente cuando le alcanzo.
El resto de sirvientes se destaparon y mostraron un aspecto muy similar al primero, en la sala cundió el pánico, los nobles intentaban escapar y los soldados luchar contra los extranjeros pero nada se podía hacer, iban pereciendo uno a uno, el movimiento de todos los hombres dorados parecía un baile, un siniestro baile que iba arrasando con todo lo que se acercaba a ellos, mientras Dronza observaba el macabro espectáculo sentado en el trono y sin que su rostro reflejase la mas mínima emoción.
Los soldados estaban en tensión delante de los niños mientras que algunas sirvientas sollozaban detrás de estos y otras agarraban cuchillos por lo que pudiera pasar. La princesa estaba fuertemente agarrada a Bakiat y sus labios temblaban de terror.
La puerta del patio se abrió de golpe y salió uno de los chambelanes del rey, con las ropas destrozadas y completamente ensangrentado, uno de los guardias se apresuro a prestarle su ayuda pero el pobre hombre no paraba de repetir que huyeran, que escapasen de ese lugar y expiro su último aliento repitiéndolo una y otra vez. En el umbral de la puerta apareció un hombre dorado con un aspecto terrible, el guardia que había intentado socorrer al fallecido se lanzo al ataque contra ese ser pero después de dar un par de pasos cayó fulminado por un rayo.
El resto de guardias se colocaron entre el asesino y los príncipes y les ordenaron que escapase.
Los pequeños salieron corriendo hacia el bosque, Bakiat iba pegado a sus hermanos, corriendo detrás de ellos pues sus piernas eran más cortas, repentinamente vio una mancha plateada a su derecha, era el zorro, parecía que quería que le siguiese. El pequeño se separo de sus hermanos y siguió al animal en una dirección completamente diferente a la de sus hermanos.
El zorro corría a toda velocidad pero el niño no dejaba que se alejase de él y corría más rápido que nunca, mientras huía le llegaban gritos de horror del castillo a sus espaldas, cada vez menos gritos y más débiles, hasta que, por fin, continúo su huida rodeado del más absoluto silencio.
La sala del trono estaba llena de murmullos y cuchicheos, mas que una sala real parecía un patio de colegio, los nobles iban de un lado a otro propagando los rumores que habían llegado a sus oídos, las damas se reunían en grupillos especulando sobre el aspecto del rey, habían llegado a la conclusión de que seria atlético y apuesto, con vestimentas maravillosas y un sequito de mujeres preciosas. Todo tipo de descripciones recorrían el castillo en esos instantes y por más que el príncipe intentase averiguar cuál era la verdadera, no había forma de separar la descripción real de las imaginarias.
-Relájate, su aspecto no es importante-le dijo su mujer que esperaba a su lado-, ya habéis hecho todo lo posible para que este a gusto, y saber cómo es no os servirá de nada a estas alturas.
-Tienes razón, es que estoy muy nervioso, quiero que todo salga bien y mi padre no pone mucho de su mano, no para de gritar órdenes sin sentido.
Le iba a responder algo cuando sonaron las trompetas en la sala y todo el mundo callo y recupero su pose noble, los corrillos desaparecieron y toda la sala se esforzó en dar el mejor aspecto posible. Las puertas se abrieron con una velocidad que, al príncipe, le pareció exasperantemente lenta, entraron los soldados de la escolta con sus pesadas capas de invierno, se abrieron a los costados de la alfombra central y dejaron pasar al invitado de honor.
Las caras de los presentes reflejaron una absoluta perplejidad, la persona que entro en la sala no podía ajustarse a ninguna de las descripciones que habían recorrido minutos antes la sala, estaba claro que era el rey que se esperaba pues sobre su cabeza reposaba una corona, pero no vestía lujosas ropas, ni siquiera le cubría una lujosa capa para cubrirse del frio del exterior, vestía una camisa gris claro y un pantalón de seda negra cadente de adornos. Le acompañaban 7 sirvientes vestidos con una túnica dorada que les cubría todo el cuerpo y con una capucha que impedía ver su rostro.
Sin embargo, las vestimentas de los extranjeros no fue lo que mas sorprendía a los presentes, lo que dejo atónitos a los presentes fue el aspecto del rey, poseía una tez blanquecina, casi mortecina, tenía unos ojos de un azul celeste muy intenso que resaltaban en su rostro y un pelo plateado muy corto, su cuerpo era delgado, y la parte visible de sus extremidades estaban repletas de tatuajes con extraños símbolos. Si no hubiese llevado puesta la corona toda la sala hubiese pensado que era un esclavo de los mares del sur.
Mientras avanzaba hacia el trono con andares imponentes el rey y el príncipe mantuvieron una forzada sonrisa de bienvenida, a las espaldas del invitado los nobles cuchicheaban sobre su aspecto, se relamían los labios, esta visita daría para mucho, sería el tema principal en todas las cenas y reuniones durante unos meses. Cuando estaba a solo unos metros ya del trono un noble le salió al paso.
-Excelencia, le doy la bienvenida a nuestro humilde reino, vuestra presencia honra a este castillo.
Era el barón de Darat, un presuntuoso noble que siempre intentaba ser el centro de atención, casi la mitad del ejército real eran hombres suyos y había que soportar sus impertinencias y su ambición.
-Bienvenido majestad, espero que este todo a su gusto y que no haya tenido problemas en su viaje– se apresuro a interrumpir el príncipe- este es el baron de Darat, creo que ha pasado usted por sus tierras de camino aquí. Disculpe nuestra ignorancia pero no ha llegado a nuestros oídos el nombre de su excelencia.
-Muchas gracias, estoy encantado con este recibimiento, y en cuanto a mi identidad, soy el rey Dronza.
-¿Vuestro paso por mis tierras fue agradable?- interrumpió el barón.
-Si, fue muy agradable volver a ver esa tierra.
-¿Ya había estado por estas tierras mi señor?- ahora no fue el príncipe el que hablo, si no el propio rey.
-Debo reconocer que si, hace ya algunos años.
-Entonces conocerá la historia de la expulsión de los hechiceros de mis tierras, los hombres de mi ejército se unieron a los del rey y acabaron con grandísimos hechiceros que vivían en nuestro reino.
El barón conto toda la historia con orgullo, había dejado claro su propio poder dentro de los límites del reino, seguramente el extranjero ignoraría ahora a los otros nobles y el recibiría tantas atenciones como su rey.
-Interesante- se limito a responder Dronza.
Al príncipe no le caía demasiado bien el visitante pero tenía que ser cortes por el bien del reino. Como no sabía que decir le pregunto lo primero que se le paso por la cabeza.
-Dronza no es un nombre conocido en estas tierras, ¿Posee algún significado?
-En realidad no es mi nombre de nacimiento- hablaba sin apartar la vista del presuntuoso barón- cuando llegue a los reinos del otro lado del mar el rey local me tomo bajo su tutela, no tenia herederos y vio en mi al hijo que nunca había tenido, me enseño todo lo que sabia y me dio un nuevo nombre. En el idioma del reino de donde procedo esa palabra significa muerte.
El silencio que se produjo en la sala a continuación de esa explicación fue terrorífico. Dronza se acerco al barón que retrocedió ligeramente, levanto su mano y le agarro del cuello, el presuntuoso noble intento soltarse pero algo le mantenía pegado a la mano. El rostro se le fue azulando, su cuerpo se iba recubriendo de escarcha y el noble tiritaba de frio.
Dronza le soltó y la congelada víctima cayó al suelo tiritando y sufriendo en sus últimos momentos de vida. El furioso extranjero se dirigió hacia el rey y dijo con una potente voz:
-Yo soy Drew, el último campeón de los hechiceros, este hombre- dijo señalando al barón- fue uno de los que asesino a mi familia y mis amigos hace 6 años y tú, soberano de estas tierras, fuiste el culpable de mi perdida, he venido en el día de hoy a vengarme y a reclamar este reino como castigo.
Dicho esto se acerco con una espada en la mano, nadie había visto de donde la había sacado, cuando entro en la sala no poseía ningún arma visible y menos de esas dimensiones. La espada brillaba con una luz azul, parecía estar recubierta de hielo y ser muy pesada. Se coloco delante del asustado rey y, sin decir ni una palabra más, le atravesó con la espada. Se escucho el grito del príncipe que había sacado su espada y se dirigía hacia su padre a la carrera, pero no llego muy lejos, uno de los sirvientes de Dronza se había quitado la capucha, mostrando un rostro con la boca cosida y de piel dorada como sus vestimentas, con cicatrices en el cuello que dibujaban extrañas criaturas, había estirado el brazo y de la punta de sus dedos un rayo surgió directo hacia el príncipe que cayó instantáneamente cuando le alcanzo.
El resto de sirvientes se destaparon y mostraron un aspecto muy similar al primero, en la sala cundió el pánico, los nobles intentaban escapar y los soldados luchar contra los extranjeros pero nada se podía hacer, iban pereciendo uno a uno, el movimiento de todos los hombres dorados parecía un baile, un siniestro baile que iba arrasando con todo lo que se acercaba a ellos, mientras Dronza observaba el macabro espectáculo sentado en el trono y sin que su rostro reflejase la mas mínima emoción.
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Los soldados estaban en tensión delante de los niños mientras que algunas sirvientas sollozaban detrás de estos y otras agarraban cuchillos por lo que pudiera pasar. La princesa estaba fuertemente agarrada a Bakiat y sus labios temblaban de terror.
La puerta del patio se abrió de golpe y salió uno de los chambelanes del rey, con las ropas destrozadas y completamente ensangrentado, uno de los guardias se apresuro a prestarle su ayuda pero el pobre hombre no paraba de repetir que huyeran, que escapasen de ese lugar y expiro su último aliento repitiéndolo una y otra vez. En el umbral de la puerta apareció un hombre dorado con un aspecto terrible, el guardia que había intentado socorrer al fallecido se lanzo al ataque contra ese ser pero después de dar un par de pasos cayó fulminado por un rayo.
El resto de guardias se colocaron entre el asesino y los príncipes y les ordenaron que escapase.
Los pequeños salieron corriendo hacia el bosque, Bakiat iba pegado a sus hermanos, corriendo detrás de ellos pues sus piernas eran más cortas, repentinamente vio una mancha plateada a su derecha, era el zorro, parecía que quería que le siguiese. El pequeño se separo de sus hermanos y siguió al animal en una dirección completamente diferente a la de sus hermanos.
El zorro corría a toda velocidad pero el niño no dejaba que se alejase de él y corría más rápido que nunca, mientras huía le llegaban gritos de horror del castillo a sus espaldas, cada vez menos gritos y más débiles, hasta que, por fin, continúo su huida rodeado del más absoluto silencio.